Mi abuela, la mujer tricentenaria |
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Nota del Editor: Miguel Pérez, columnista del diario The Record, realizo recientemente un viaje en busca de las raíces de su familia. Miguel no tuvo que regresar a su Cuba natal. Nadie allí le hubiera enseñado las cosas que podía aprender de su abuela de 101 años que aun vive en Miami.
Domingo, 2 de enero del 2000 - Las arrugas en su rostro son pocas para su edad. Su sonrisa y disposición amistosa te pueden hacer pensar que es, por lo menos, 20 años mas joven. La memoria le falla un poquito, pero todavía conserva la agudeza y el sentido del humor de una mujer joven y dinámica. No obstante, el viernes cumplió 101 años. Su nombre es Ramona Ofelia Martínez, una gran dama que vive en Miami. Yo la quiero mucho. Ella es mi abuela. Con la artritis haciendo su daño, los dedos de sus manos y sus pies ya están un poco deformados. Se desenvuelve lentamente con la ayuda de un bastón. Pero a mi me parece absolutamente bella. Mientras que la mayoría de nosotros nos sentimos contentos de haber comenzado nuestro segundo milenio, mi querida mama, nacida el 31 de diciembre del 1898, se siente muy entusiasmada de haber empezado su tercero. Ella tenía solo un año la última vez que el calendario avanzo al doble cero. Mi abuela espera con ansias el nuevo milenio. Ella esta muy consciente de que ahora es una mujer tricentenaria que ha sobrevivido el Siglo 20 en su totalidad. También conoce el argumento de aquellos puritanos que dicen que el Siglo 21 no comienza en realidad hasta el próximo año, y comenta en forma de broma, “no se preocupen, pues pienso estar aquí para esa fecha”. Ella lleva puesta su edad como un emblema de honor. “Dondequiera que voy, cuando la gente se entera de mi edad, todos desean saber como llegue hasta aquí”, comenta ella. “¿Cuál es el secreto? Yo les digo que no hice nada especial, y que todavía estoy viva porque esa es la voluntad de Dios”. Pero es la personalidad juvenil que dios le ha dado, la que hace que su risa nunca se marchite y mantenga sus ansias de vivir. “Asegúrate de escribir cosas maravillosas sobre mi”, bromeo cuando la visite en su apartamento de la “pequeña Habana” recientemente. “Di que me encontraste alegre y sonriente”. Ella no me tenía que haber dicho eso. Yo no la recuerdo de otra manera. A menudo la visito. Pero esta vez fui a verla con mi libreta de apuntes, en busca de mis raíces, sabiendo que el tiempo esta terminándose para conocer cosas sobre mis antepasados que solo mi abuela recuerda. Regrese impresionado por todo lo que ha ocurrido durante su vida. Su historia es la historia del siglo 20. Nació y se crío en La Salud, un pequeño pueblo rural de la provincia de la Habana. Todavía recuerda los tiempos antes de los automóviles, los aviones, la radio, la televisión, la luz eléctrica y el agua corriente. “Ha sido un siglo de adelantos increíbles”, dice ella, “y yo lo he visto todo”. Sentada en un sillón que le regale en su cumpleaños hace 15 años, se maravilla al ver la pantalla miniatura de mi cámara digital, la cual proyecta sus fotos momentos después de ser tomadas. “Que otra cosa van a inventar"? pregunta. Entonces hace una pausa por un momento y sonríe. “Durante mi vida”, dijo riéndose, “me debo haber preguntado esa pregunta un millón de veces”. A los 101 años, ella se pregunta sobre el futuro. ¿"Te puedes imaginar cómo serán las cosas en 100 años, los nuevos inventos que se realizarán en el próximo siglo"? y con la misma procede a contestar su propia pregunta. “Créeme, no puedes, nadie puede”, dijo. “Cuando era joven, yo nunca pensé que volaría en un avión. Pero lo hice. Y ver un hombre aterrizar en la luna, oh no, eso jamás me lo hubiera imaginado. Pero lo vi”. Ella nació en una época que marco el surgimiento de los Estados Unidos como poder mundial, al final de la guerra Hispano Americana — en el país donde se peleo la mayor parte de esa guerra. Ella ya estaba dentro del vientre de su mama cuando Teddy Roosevelt dirigió a los Rough Riders en la victoria de San Juan Hill, y cuando los patriotas cubanos ganaron la independencia de la isla. Durante su adolescencia, entre enero del 1899 y mayo del 1902, Cuba fue gobernada por un gobierno militar de Estados Unidos. Ella tenía 3 años cuando las fuerzas americanas se marcharon en 1902 y Tomas Estrada Palma fue electo el primer presidente de Cuba libre. “Yo era muy pequeña para poder recordar, pero si recuerdo mas tarde cuando fui al colegio, lo significante que fueron esos años para la historia de Cuba,” dice ella. Tenía casi 5 años cuando Orville Wright se lanzo hacia los cielos en Katty Hawk en el 1903. Durante su infancia en La Salud, un pequeño pueblo, mayormente poblado por campesinos pobres, ella es de un tiempo anterior a la mayoría de las comodidades modernas de hoy. “No teníamos electricidad”, dice ella. “Nos alumbrábamos con lámparas de queroseno. Cocinábamos en estufas de carbón, y si no tenias tu propio pozo, obtenías el agua de una carreta de agua que venia y llenaba nuestros cubos”. Hija de un bodeguero, con 5 hermanos (3 niñas y 2 niños), viviendo en un periodo de recuperación después de la guerra, ella paso por tiempos difíciles durante su infancia. Conoció a mi abuelo – Miguel Martínez – justamente en la época que Estados Unidos estaba entrando a la Primera Guerra Mundial en 1917. Trabajaron juntos en una escogida de tabaco. Ella era una bella joven que colgaba hojas de tabaco y las ponía a secar. El era 4 años mayor, un apuesto “lector” que se paraba en un balcón y les leía periódicos y novelas a los trabajadores — en los días antes de la radio. “El era muy guapo y conversador”, recuerda ella. Se casaron un par de años más tarde. El fue a trabajar como oficinista en la corte municipal. Pero habiéndose criado en la pobreza, el se había propuesto convertirse en propietario de su propia tierra. Ella permaneció en casa para ocuparse de su familia. Eso era lo acostumbrado en aquellos tiempos. Durante la época de los “Roaring 20’s” (los Rugientes Años 20) en los Estados Unidos, mis abuelos rugieron hacia sus metas. El trabajaba en la Corte hasta el medio día y en el campo hasta el oscurecer. Para los años 1930, ya había comprado tres pequeñas fincas, y ella había dado a luz a tres hijas, incluyendo a mi madre, Lilia, quien murió en Miami en diciembre del 1998. Nombraron las fincas con los nombres de sus hijas. Esos fueron los buenos tiempos para mis antepasados. Pero la vida no pasa sin tragedias. Unos meses después de dar a luz a mi tía Mirta, mi abuela sufrió quemaduras severas en la mayor parte de su cuerpo, cuando su madre, quien sufría de una enfermedad mental, se suicido incendiándose ella misma. Mi abuela se le lanzo arriba tratando de salvarla, y por poco pierde su vida. Unos años mas tarde, después del nacimiento de mi tía Gladys, mi abuelo compro su tercera finca y le dio el nombre de ella. La Finca Gladys, con su gran casa de campo, su bello jardín de rosas, y su impresionante camino de entrada de dos vías cerca del centro del pueblo, se convertiría en el hogar de mi infancia. Fue allí donde, al principio de los años 1950, cuando yo era aun un niño de muy temprana edad, mi abuelo compro la primera televisión que hubo en el pueblo, “y prácticamente todo el pueblo vino a nuestra casa a verla”, dice ella. Las décadas del 1930 y 1940 fueron tiempos de inquietud política en Cuba, con varios dictadores y presidentes títeres gobernando la isla. En los 1950, después de muchos años de trabajo incansable en la agricultura, mi abuelo se había hecho de una fortuna considerable. Sus cosechas de caña de azúcar, aguacate, papaya, y papas crecían y eran cada vez más abundantes. Hasta llegaron a viajar al exterior, visitando los Estados Unidos y México. Pero a mi abuelo le preocupaba como serian afectados sus intereses de negocio por la inestabilidad política. Al final de los años 1950, el compro armas para las guerrillas de rebeldes encabezadas por Fidel Castro, que luchaban por derrotar la dictadura de Fulgencio Batista. Mi abuela estaba muy ocupada para preocuparse por la política, primero criando una familia y después separándose de mi abuelo — “el era un mariposón” — y mudándose para la Habana con mi tía Gladys al comienzo de los años 1950. Se separaron permanentemente, pero nunca se divorciaron. Al cumplir mi abuela 60 años, en los últimos días del año 1958, y mientras el mundo le daba la bienvenida al nuevo año 1959, todas nuestras vidas tomaron un rumbo diferente. En esa víspera de Año Nuevo, la mayoría de los cubanos realizaron su más querido deseo: la libertad. Los adultos de mi familia estaban extasiados de alegría. Pero aquella alegría duro poco. Fidel Castro pronto se convirtió en otro dictador, uno que podría prolongar su estancia en el poder introduciendo una ideología totalitaria diferente. “Yo nunca me preocupe mucho por la política hasta que Fidel llego y nos quito todo lo que nosotros habíamos trabajado tan duro para alcanzar”, dice mi abuela. Pronto, muchas de sus propiedades fueron confiscadas. Mi abuelo fue encarcelado tres veces, simplemente por protestar. La Finca Gladys es actualmente una instalación militar de Castro, y en el jardín donde un día mi abuela cultivaba sus lindas rosas, ahora crecen malas hierbas. Al contrario de muchos otros cubanos ricos que trajeron la mayor parte de su dinero para los Estados Unidos, mi abuelo, tan testarudo como un mulo, se rehúso a dejar sus negocios en Cuba. No pensaba que Castro duraría. Creyó que regresaría en pocos meses. No tenía intenciones de morir en los Estados Unidos. Ya yo estaba en Miami, con mi hermano y mis padres, cuando mis abuelos llegaron de Cuba y se reunieron con nosotros el 29 de marzo del 1963. Llegaron de Cuba con tres cambios de ropa y ni un centavo a su nombre. Por primera vez desde que había trabajado en la escogida de tabacos, mi abuela se vio nuevamente obligada a trabajar fuera de la casa — en una planta empacadora de tomates en el sur de la Florida. Mientras que muchos cubanos más jóvenes lograron empezar de nuevo, para mis abuelos ya era muy tarde. Ellos ya habían alcanzado la edad de retiro cuando llegaron a este país. Afortunadamente, mi tía Gladys, quien vino con ellos, pudo obtener sus credenciales de maestra y actualmente goza de su retiro de las escuelas públicas de Miami. Además, todavía comparte el apartamento de la pequeña Habana con mi abuela. Al comienzo de los años 1970, todavía esperando la caída del régimen de Castro, mi abuelo sufrió un derrame cerebral masivo que lo dejo en cama por varios años. Mi abuela lo atendió hasta que murió en 1979. Tenía 84 años. Pero mi abuela sobrevivió para ver la caída del comunismo en casi todo el mundo con la excepción de su tierra natal. Ella sobrevivió a mis padres, pero al único que en realidad quiere sobrevivir es a Castro. “Es el sueño de todo exiliado cubano”, dice ella. “Ver a Cuba libre antes de morir”. También a sobrevivido otras batallas. Hace algunos unos años, intimidada por la legislación draconiana que amenazaba con negarle sus derechos al sistema de salud y otros beneficios a los emigrantes envejecientes, consiguió hacerse ciudadana americana y así conservar su derecho a los servicios de salud que ofrece este país. “Sigues viviendo y viviendo y no te das cuenta”, dice ella, “y antes de que lo sepas, has llegado a los 100 años. Pero la verdad es que he disfrutado de buena salud la mayor parte de mi vida. Y aun hoy, mi presión (de sangre) esta bien, y no tengo problemas de colesterol.” A los 101 años, por lo único que se queja es por no poder comer lo que quiere. Hace unos meses, después de haber tenido problemas de estomago, el doctor le ordeno seguir una dieta mas sana por primera vez en su vida. “No me dejan comer nada”, se queja, refiriéndose a las comidas vegetarianas que ahora ocupan su mesa. “Tu sabes que me gusta comer”, se ríe, “y durante mis primeros 100 años, comí de todo. Creo haber comido suficiente comida buena, pero todavía la extraño”. La sazón en la comida típica cubana ahora le cae mal. Pero todavía no ha renunciado a un "buchito" ocasional del fuerte y dulce café expreso cubano. “Salud”, dice, alzando su tasa de café y ofreciéndome un brindis “a tu salud”. Ella dedico su vida a su familia, y con su fortaleza de carácter y disposición alegre se convirtió en la muleta en la cual toda la familia podía apoyarse. Ella era la esponja que absorbía todos los problemas familiares. Todavía la consultamos y le pedimos consejos, no solo para hacerla sentir como que todavía tiene un lugar en nuestras vidas, si no porque valorizamos su opinión. Una mujer profundamente religiosa, ella acredita a Dios por todas las cosas buenas en su vida. “Yo cuento con El para todo”, dice ella, demostrando no tenerle miedo a la muerte en una edad en la cual esta se espera en cualquier momento. Ella cree que existe una bella vida en el más allá. “Yo creo que, si uno hace el bien durante su vida, si crees en Dios, y eres una buena persona, vas al cielo”, dice ella. “Y yo creo haber sido buena”, añade con una sonrisa. “Nos veremos allí algún día”. Como católica devota, nunca llevo su fe al extremo. Siempre la admire por eso. Siempre estaba lista para una buena fiesta — todavía lo esta — especialmente si le das "tiempo para arreglarse". Una mujer orgullosa, nunca permitió que la fotografiaran si no estaba lista. Es lo que la mantiene joven. “Me acabo de teñir el cabello”, dice ella, deslizando sus dedos por su cabello rojo oscuro. “¿Que te parece este color"? Durante mi reciente visita a Miami, varios miembros de mi familia la llevamos a comer a un restaurante mexicano. Nos sorprendió a todos al oírla cantar con los mariachis. “No puedo creer cómo me recuerdo de la letra de estas canciones”, dijo riéndose. De regreso a casa, le recordé algo que no había mencionado durante la comida, para no entristecer el ambiente de alegría. Por coincidencia, le dije, que nuestra reunión familiar había ocurrido en el primer aniversario de la muerte de mi madre. “La hemos pasado tan bien, aunque hoy es el aniversario,” le dije, sintiéndome un poco culpable. ¿"Estas bromeando verdad"? mi abuela me pregunto, demostrándome una vez mas la fe y el espíritu que la mantienen viva, y bella ante mis ojos. “Tu madre probablemente fue la que planifico todo esto”. |